Sintiendo y gustando Ámsterdam:
Otros recuerdos de este viaje que mi puño quiso anclar en el papel…
En mayo del 2023 emprendí una de las aventuras más importantes de mi vida hasta ahora. Luego de un viaje frustrado, pandemia por medio, reinicio de proyecto y muchas oficinas públicas; finalmente mi momento había llegado: mi sueño de viajar a Europa y tener una experiencia de formación en el exterior se concretaba. Pero como buena adicta a los viajes que soy, necesitaba aprovechar ese pasaje transatlántico para conocer aún más. Es así como la idea de viajar a Ámsterdam se sembró en mi mente, no sé bien por qué. En general los destinos que elijo simplemente se anclan en mí, de buenas a primeras, como un capricho que grita “¡Tiene que ser aquí y ahora!”. Pues ese mayo desembarqué en Madrid y de allí pegué un salto a Ámsterdam, ciudad que siempre recordaré con nostalgia, por el abrazo alegre y generoso de quienes la habitan. Porque a una chica desorientada en una tierra ajena, le regaló un rostro conocido que la hizo sentir en casa por mucho más que un momento.
Si quieres saber más de mi paso por esta ciudad, te invito a que leas el post anterior: Ámsterdam. De lo contrario, si ya lo has leído, aquí dejo un bonus track de ese viaje…
Un espectáculo de aromas y colores: Países Bajos en primavera es particularmente atractivo. Hacen arte con los tulipanes. Poder visitar los jardines de Keukenhof no tiene desperdicio. Un día entero allí es un día bien invertido. El mío acabó sentada en un banco, comiendo frutillas frescas que vendían en el lugar y contemplando el paisaje colorido, repleto de flores. Entre mis notas, hace poco encontré unas líneas de ese día. En ellas básicamente agradecía. Por mis sentidos capaces de impregnarse de ese sitio y las manos creadoras que daban un mensaje de las cosas bellas que se pueden sembrar.
Sorpresas y más sorpresas: Las entradas a lugares icónicos como la Casa de Anna Frank o el Museo Van Gogh se agotan con un tiempo de anticipación desorbitante para mi gusto. Si bien me considero una persona organizada al momento de viajar y muy precavida con las reservas, a veces no me gusta planificar tanto el itinerario. Por eso, las visitas a museos intento dejarlas para los días en que los planes al aire libre pueden verse amenazados o simplemente darme el gusto de decidir al despertar qué me apetece hacer con el tiempo. Pero aquí aprendí que el universo turista tiene otras preferencias. Es así como, un mes antes de viajar, ya no conseguí acceder a las entradas. Estaba negada a dejar esa ciudad sin conocer el museo de uno de mis pintores favoritos. Van Gogh, su historia y sus pinturas eran de los primeros recuerdos de mi infancia. Aún conservo el libro de cuentos que mamá me había comprado, el encuadernado en tonos amarillos y naranjas, con sus girasoles en la tapa. De modo que fui temprano, me acerqué a la puerta del museo, comprobé que no había entradas disponibles y no me pregunten qué más planeaba hacer, porque solo recuerdo que me senté allí a esperar. De pronto, como si el universo se rindiera a mi obstinación, a los pocos minutos apareció Teresa, una española con una entrada extra. Al parecer había viajado con un amigo que se encontraba indispuesto. La sorpresa, alegría e incredulidad que manejé en ese instante es imposible de plasmar en palabras. Yo tenía dinero, pero Teresa no tenía para devolverme la diferencia. Así que hicimos una especie de trueque y le compensé la entrada comprando un tour por la ciudad que ella deseaba hacer. Alucinada con el poder de la atracción y las interminables sorpresas que nos regalan los viajes, agradecí no haber planificado tanto. Mis ojos se humedecieron al ver los girasoles que durante mucho tiempo fueron un pequeñísimo dibujo en aquel libro de cuentos y sustituí al amigo de Teresa, compartiendo historias en buena compañía por esa ciudad.
Aprendí a sentir y gustar la lluvia: La lluvia en mi ciudad, al menos para mí, es sinónimo de pereza. Salir a trabajar es inevitable, pero cualquier otra actividad no obligatoria se ve amenazada de ser cancelada ante la oportunidad de quedarme en casa al resguardo. Aquí, sin embargo, me vi obligada a tener una perspectiva completamente diferente.
—Si no estas hecho de azúcar, ¡entonces sal! —nos dijo un guía en uno de los tours en bicicleta cuando la lluvia no daba tregua.
De pronto, mojarme ya no tenía la menor importancia. Si visitas este país, es mejor recordarlo, la lluvia siempre será fiel compañera. Y si, por el contrario, estás de suerte, estarás viviendo uno de los días más destacados del año. Por mi parte, aún me repito esa frase para animarme los días de lluvia en mi hogar. Después de todo, si no me derrito, ¡¿qué puede pasar?!
Una tarde en un café en La Haya: Una amiga estaba viviendo allí ese año, así que tomé un tren y fui a visitarla. Es un lugar hermoso, que súper vale la pena conocer. En menos de 24hs se pueden recorrer sus lugares más icónicos, el Parlamento Holandés, el Palacio de la Paz y el museo Mauritshuis. Lo mejor de recorrer los lugares con un local es que conocen sitios donde transcurre la vida cotidiana, en las profundidades del turisteo clásico. De modo que me entregué a la propuesta de mi amiga y seguí el punto de encuentro en el mapa que me llevó a una cafetería, que parecía camuflada dentro de una librería. Un lugar acogedor, donde no pude contener el impulso de comprar un libro: “The subtle art of not giving a fuck”. Nota: creo que en inglés el título y su contenido tienen muchos más juegos de palabras que en su traducción al español. Me pareció una lectura entretenida y rápida pero, sobre todo, con un mensaje contundente, que te anima a despabilar y tomar las riendas de tu vida. La cafetería, por si están en La Haya es The Bookstor Café.
Contemplaciones del otro lado de la bahía: el último día en la ciudad crucé la bahía IJ en ferry. Caminé hasta el parque Schegpark y me senté en lo que parecían unas gradas, con vistas a la costa. El lugar estaba poco concurrido. Aproveché el rato en silencio, a solas con mis pensamientos. Recordé la libreta que me habían regalado un grupo de amigos al despedirme de Uruguay y que llevaba en mi bolso. Ese lugar sentía que expandía mi mirada y con la perspectiva desde allí comencé a escribir. Me pone la piel de gallina repasar las conclusiones que registré en esos primeros días de un viaje muy largo, dos años atrás: “Poner en pausa metas de corto plazo, para invertir en sueños y objetivos más grandes”, “confiar en que el Universo no me defraudaría”, “saber ser paciente”. Y, de pronto, al leer entre mis propias anotaciones, vi una especie de premonición de lo que vendría:
“Quiero que este viaje sea un hito en mi vida. Que la distancia me ayude a ver las cosas en perspectiva. Para que, al regresar, ya con otras metas y sueños nuevos, pueda tener lucidez para saber: ¿cuál es el tiempo de calidad? y ¿en qué quiero gastar la vida?
¡Me encanta como queda esta parte con las galerías de fotos!!!
Viaje contigo mientras te leía! Que linda cada secuencia!!❣️